martes, 3 de febrero de 2009

FERNANDO PEÑA, DEMASIADO TRANSGRESOR

Decir que Fernando Peña despierta sentimientos maniqueos con sus diversos trabajos es una verdad de perogrullo, pero realmente es así. Se lo ama o se lo odia. Lo que está claro es que no pasa desapercibido para el espectador.

En este caso, el actor y conductor subió al escenario del Teatro Metropolitan 2 de esta Capital, en función transnoche, desde el pasado 29 de enero para poner sobre las tablas "Diálogo de una prostituta con su cliente". Se trata de la primera obra que estrena Peña sin ser de su autoría.

Junto a Javier de Nevares, Fernando se pone en la piel de una prostituta que intenta satisfacer a su cliente, hablando la pieza de alguna manera de la comunicación silenciosa que todos tenemos con nuestra parte promiscua y perversa.

Hasta aquí todo bien. Si uno decide ir a ver a Peña, sabe con qué se puede encontrar. Pero el problema aparece cuando comienzan a sucederse los minutos del texto de Dacia Mairani, adaptado por Marcos Videla, y no se encuentra más que con un lenguaje, gestos y movimientos procaces, promiscuos y chabacanos en un 98% del parlamento.

Uno no se va a asombrar ni a horrorizar porque el protagonista, que encarna a una prostituta, aparezca vestido con una suerte de blusa, un slip less rojo, medias de red y zapatos de taco; pero sí resulta desagradable que Manila (tal el nombre de su personaje) le muestre la cola a su cliente, de cara (léase cola) al público, bajándose el slip y abriendo sus nalgas con las manos en su afán por exitarlo. Así, resulta casi un juego de niños cuando, minutos antes, Pablo (el cliente) se desnuda completamente para que la trabajadora sexual lo bañe.

El tema de la identidad sexual es uno de los puntos fuertes de "Diálogo de una prostituta con su cliente", siendo también una cuestión recurrente en Peña como si todo el tiempo estuviese buscando la aprobación del público sobre su propia sexualidad, o quizás hasta su propia aprobación... quién sabe.

Si hay algo que no se puede negar de Fernando Peña es la capacidad interpretativa y de composición actoral que posee. Eso no tiene discusión. Sólo que su 'arte' está destinado a un público muy puntual. De hecho en la función de prensa de anoche, una señorita que estaba en la fila 2, y que no tendría más de 21 años, se retiró de la sala a los 10 minutos de haber comenzado la obra tras una catarata de epítetos sobre el sexo y la sexualidad dichos con la mayor crudeza que uno se pueda imaginar.

Convengamos que Peña no gusta a cualquier hijo de vecino, porque siempre camina por la cornisa en materia de transgresión verbal y corporal. Lo sucede que en esta oportunidad es que se excedió al pasar de representar un texto transgresor a uno de mal gusto.

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